Camino de Amor





Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo


No hay civilización y podemos acudir a la tradición de todos los pueblos-- que no celebre el banquete para expresar la unión y la alegría en una fiesta. -¿Una fiesta de bodas sin convite?... ¿Una fiesta patria sin el banquete de las autoridades?... ¿Un cumpleaños familiar sin la mesa preparada?... ¿Una celebración cualquiera y que no se piense en los buenos platos preparados cuidadosamente?...

Así ha sido y es en todas las culturas. Porque el compartir la mesa es un lazo que estrecha los corazones y acrece la alegría. Y son muchas las civilizaciones que han asociado el banquete al culto religioso, de modo que en el banquete están metidos los dioses.

El pueblo de Israel no fue una excepción, al contrario, lo sintió como ninguna otra nación.

Pero el banquete en Israel tenía un carácter verdaderamente sagrado cuando se relacionaba con el banquete pascual. Aquel cordero asado, y consumido en una fiesta tan bella, significaba la liberación de la esclavitud de Egipto y la alianza con el Dios libertador. Y a la vez --y esto es muy importante-- significaba al Cristo que había de venir para la liberación total de Israel y del mundo. En el banquete pascual, Dios era el primer comensal y el centro de la alegre celebración.

¡Un banquete!... Jesús asume la idea y quiere dejar un banquete a su Iglesia, un nuevo banquete pascual para el nuevo Israel de Dios. Anfitrión, servidor y manjar será el mismo Señor Jesucristo.

Dios da al mundo su Hijo hecho Hombre.

Jesús se entrega en sacrificio por la salvación del mundo. La carne y la sangre de esta Víctima toman la forma de pan y vino. Y como pan y vino se entrega Jesús al mundo para que el mundo tenga en plenitud la vida de Dios.

La Eucaristía se convierte en prenda, garantía y fuerza de la resurrección y de la vida eterna.

Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/4787/cat/302/yo-soy-el-pan-vivo-bajado-del-cielo.html